domingo, 3 de febrero de 2013

Vacunas contra la indignación

No podía ser. Su equipo había hecho un gran partido, y el arbitro se lo había robado. El hincha no paraba de gesticular, en medio de la marea humana que esa noche abandonaba el campo de futbol. Su hijo se limitaba a asentir, dándole la razón, aunque en el fondo pensara que su equipo había perdido con justicia. Se encontraron con un amigo que rapidamente les dió la razón, para seguir andando apresurádamente. En la mente ofuscada del amigo sólo estaba un pensamiento, se había cruzado al salir del campo, con el cliente que le iba a obligar a cerrar la empresa al llevar un año sin pagarle. Al llegar a casa, su mujer no le respondió al saludo, ocupada por la enesima discusión con su madre, y lo que le diría al día siguiente, cuando volviera a telefonearla.
 
El día siguiente era lunes. El hincha y su amigo volvieron a encontrarse. Esta vez se detuvieron el tiempo suficiente para comentar el partido del día anterior. El equipo apuntaba buenas maneras, y la semana siguiente habría suerte. Esa mañana, el amigo contaba a su mujer la cara desencajada del hincha cuando lo vio al salir del estadio, ambos sonrieron, y al hacerlo alejaron las nubes negras del día anterior. Ese lunes la televisión extendería otros nubarrones. El hincha y su amigo habían decidido hace tiempo no ver las noticias, aunque siempre se filtraban en su vida cotidiana. No importaba, habían recibido su pequeña vacuna diaria. Esa dosis que les permitía vencer el mal de la indignación.
 

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